miércoles, 12 de enero de 2011

MERECIDO RECUERDO AL "ZURDO" MARTÍNEZ



Acompañando el dolor de los paranaenses y de toda la cultura popular frente a la desaparición física del "Zurdo" Martínez, compartimos una nota escrita por el periodista CARLOS MARÍN que se publicara en la revista de la Fiesta Provincial "Cuando el Pago se hace Canto" en enero de 2008 por su enorme valor documental. La fotografía pertenece al archivo de dicha revista y corresponde a una actuación del Miguel en dicho Festival que se realiza en la ciudad de La Paz, Entre Ríos, hace ya 31 eneros.




MIGUEL MARTÍNEZ: EL HOMBRE, LA GUITARRA Y UNA VIDA FIEL AL DESTINO DEL CANTO


Filiado en la tradición criolla y heroica que tiene un mojón fundante en los primeros versos del Martín Fierro, Miguel Martínez es representante de una especie en extinción: el solista. Enrolado en la corriente que reconoce sus orígenes en la figura del vate, del trovador, el Zurdo es un artista comprometido con el pensamiento nacional.
Formador, referente, compositor, este guitarrista condensa en sí mismo, en su experiencia vital, la decisión de ser consecuente, del compromiso y la militancia de un hombre que ha tratado ante todo, de ser fiel a si mismo y al destino del canto.


Carlos Marín

Voz grave, profunda como las reflexiones que hilvana, como el compromiso que caracteriza su camino y al que nunca esquivó el bulto, Miguel Martínez ha ensanchado la picada que, en el horizonte cultural de la provincia -y el país- comenzaron a abrir, hace algo más de cinco décadas personalidades de la talla de Linares Cardozo y Aníbal Sampayo. Heredero de una estirpe de poetas y trovadores, hijo del Polo Fluvial, y hermano del río, este hombre cabal, es uno de los referentes de la canción folclórica en el Litoral y en Argentina. Su historia se entronca con aquellos que lo precedieron en una historia que reflejó magníficamente Marcelino Román en su monumental trabajo Itinerario del payador.
“Empece a estudiar musica con cierta disciplina a los diez años, con Roberto Longo en la escuela de Música. Antes había hecho una experiencia fugaz con Adolfo Paolinelli”. De alguna manera fue el inicio. “Fueron cinco años de mi vida que estudie con cierto método y disciplina”.
A los quince años, en 1955 llega el convite para a integrar los Chakay Manta, “el primer intento en Paraná de un grupo a la manera salteña. Tres guitarras y un bombo disfrazados de gaucho norteño”.
Allí afloró el folclore. “Y después me empezó a tirar el hecho de cantarle al lugar. Y la amistad de mi padre con Linares (Cardoso) y la prédica de mi viejo de cantarle al lugar, la cercanía con Marcelino Román, me llevaron a tratar de buscar los arreglos vocales a tres o cuatro voces –de oreja, no como debe ser-. Así armamos Los Jangaderos, con el negro Abel Schaller y Horacio Vera. Eramos los tres hasta que entro Rodolfo Fito Hermida y más tarde Walter Heinze”.
De todos modos el zurdo conservó su costado solista. “Siempre sentí esa vocación por esa condiciòn que hoy es una especie en extinción, siguiendo a quien considero mi mentor, Atahualpa Yupanqui y a don Eduardo Falú”.
El 67 marcó un punto de inflexión: “tuvimos una oportunidad muy linda. Hubo la propuesta de dos sellos grabadores”. Era el momento de decidir por una carrera profesional lo cual implicaba “irse a vivir a Buenos Aires. Pero todos ya teníamos nuestros trabajos y responsabilidades familiares y luego de una votación decidimos disolver el conjunto. Walter Heinze y yo nos fuimos.
Desde entonces sigo como solista”.

RECORRIDOS
“Empecé a musicalizar a los poetas cercanos en 1959. Uno de los primeros fue Héctor Deut, del cual tomé un poema al que le puse música de zamba. Y lo escribí con un ritmo que expresaba al país. Ariel Ramírez compone, por ejemplo, El Paraná en una zamba, o el primer Horacio Guaraní, el honesto, el de aquella época, no el de hoy, escribía entonces Canoítas tristes, o La litoreña en tiempo de zamba”.
“Después -sentencia el músico- se cayó en una especie de chauvinismo provinciano que fue muy negativo. Porque mientras uno incorpora cosas y enriquece lo propio es bueno. No acuerdo conque uno se encierre en lo suyo y sólo recree y no abre el panorama, no me parece que eso sea fructífero”.
A Falú y Yupanqui -en calidad de referentes- se sumó el diamantino Carlos Santamaría como compañero de ruta. “Con él, en Buenos Aires, donde viví varios años en los 60 nos juntábamos los fines de semana a componer. En esas reuniones, en la cocina de su casa, nacieron varias cosas, entre ellas la introducción de Madrugada del pescador una poesía de mi padre, escrita en el 57 y que musicalicé en 1960. Esa introducción la modifiqué ante una sugerencia de Atahualpa y así quedó”.
En ese punto se arrima “un querido amigo, con el cual aprendí mucho, sobre todo en la recreación de las cosas de acá y el amor al paisaje nuestro, al río sobre todo, que es Claudio Monterrío, un olvidado”.
Y así llega La soledad de Don villa, en 1962 y Soledad montoyera, de Marcelino Román.
En el medio, una anécdota central: “nunca me olvido de un festival a fines de los 60, en La boca del tigre, en la costanera de Paraná. Nos colamos con el negro Schaller y recorriendo aquí y allá donde estaban los artistas, vemos a Cacho Tirao, meta hacer dedo, antes de subir al escenario. Nos presentamos y el nos dijo, `Che. Ustedes que son guitarristas de esta zona, ¿por qué no componen cosas de acá, que no hay? Fue un desafío. Y eso me impactó. Y creo que estimulado compuse, por ejemplo, De Mi guitarra a la costa, que es de las cosas más complejas que he escrito”.
Finalmente sale a la luz el primer disco solista, De un entrerriano, que se editó en 1975. “Hay que reconocer la iniciativa de Luis Erguy en ese proyecto.El me vinculó con el sello Redondel. Al año siguiente grabé El canto paranasero de Miguel Martínez y lo presentamos en Buenos Aires junto a los discos de Walter Heinze y Guillermo Zarba”.

EL SOLISTA
“Quedamos pocos. Y lo digo con tristeza: Somos una especie en extinción. El solista, esa disciplina consolidada por Falú, Yupanqui, Omar Moreno Palacio, el Moncho Mierez, desaparece. Los chicos ya no toman por este camino”. La respuesta al por qué no se hace esperar: ““Hay que comprender los avatares de la música folclórica en el país. Desde los grandes festivales, en particular Cosquín, se transmitió una ideología, una manera sumamente comercial de entender la cosa que causó mucho daño al gusto popular. Eso fue a contrapelo de la figura del solista que mencionaba, que nace con el Martín Fierro. Una conjunción del hombre, de su voz y su canto, y la guitarra”.
No hay resentimiento ni nostalgia en la voz de Miguel Martínez. Sí la firmeza serena de quien acepta lo que ve, aunque lo que perciba no le agrade.
Y allí la crítica a “las formas fabricadas por la sociedad del consumo, por intereses comerciales y un sello grabador, con el sonido Julio Maharbiz a la cabeza. Hoy, yo me pregunto: ¿ese folclore romántico, erótico, casi pornográfico y prostituido que escuchamos de algunos, ¿qué tiene que ver con Camino del arenal, con la Zamba del romero, con Recuerdos del Portezuelo?”. El interrogante queda suspendido en la levedad tibia de la tarde.
“Hay una explicación para esto. Y en esto estoy totalmente convencido de lo que digo: Se es o no afin, util, funcional al modelo consumista. El solista lleva a pensar, a meditar, y hoy la gente hoy tiene miedo, pudor de emocionarse. Hasta se considera una mariconada emocionarse con una línea melódica, con un poema, con un cuadro, con un hecho artístico. Lo cual es terrible, por cierto.Los jóvenes tienen miedo de emocionarse, porque el modelo, este maldito modelo consumista nos ha llevado a esta situación. Y por eso digo que esto es ideológico. Yo no soy apolítico, pertenezco a una agrupación. Pero afirmo de manera contundente que no hay partido político en la Argentina que tenga un proyecto claro en este sentido, es decir de presentar una alternativa diferente a lo establecido, a lo conocido. Y esto es muy grave”.
Los avatares político sociales han condicionado así el desarrollo de la música folclórica, “hubo una artera penetración de cosas, de mala música extranjera, que no tenían nada que ver con nosotros, como dijo Yupanqui: esa música `que no me hacía acordar nuestros abuelos´”.

REFLEXIONES
Partidario del trabajo de orfebre, artesanal, genuinamente creativo, Miguel Martínez es claro al indicar cómotrabajar el ensamble entre letra y música en una canción.
“Creo que la música y la poesía deben mimetizarse, deben parecerse. Cuando se musicaliza poesía o una buena letra, hay que buscar siempre la canción redonda. No una melodía pegadiza. Al músico que va a musicalizar una poesía, debe darle trabajo escribir la música, tanto como le costo al autor la poesía. Eso se da muy bien cuando el que escribe la música y la letra es la misma persona, como Atahualpa, como Ramón Ayala, como el Chacho Müller, de Aníbal Sampayo. Yo no soy poeta, yo he sido músico, como –salvando las distancias- Don Eduardo Falú”.
No es casual que en tiempos de neoliberalismo, de tiranía del `mercado´ que a todo rotula con un valor económico, la visión del músico exprese una perspectiva contrapuesta a aquella lógica. Una mirada en que aparecen palabras como `vocación´, término relegado, desdeñado casi por romantico e idealista. En este punto, el zurdo es tajante: “Para mi el canto no es negocio, es una vocación. No se puede traicionar el destino del canto. El nos elige no para nuestra vanidad sino para nuestro sacrificio”.
“No acuerdo con la mentalidad exitista que coloca la palabra `triunfar´por sobre todas las cosas. Para mí triunfar es estar conforme con lo que uno hace. Siempre siendo muy conciente de cuáles son las posibilidades de uno y hasta dónde le da el cuero. Y tratando de dar lo mejor. No nivelando hacia abajo sino hacia arriba. Eso lo sugiero siempre a los chicos que vienen a casa a consultarme y charlar. Ahora si uno escribe o compone para cobrar derechos de autor o para que lo que hace lo cante el cantor de moda, está errado; eso, para mi, no sirve como aporte”.
Lejos de la estridencia, “de la farra nativa”, Martínez opta por la profundidad que ofrecen la proximidad, la cercanía, el silencio. Ello involucra a su inefable compañera de ruta durante su vida, con la que ha expresado su ser más profundo: “Como dice Yupanqui, la guitarra suena poco, pero llega lejos. Muy a lo hondo. A lo profundo. Y ese sonido a madera, a ancestro de árbol, se trasunta en cada uno de los que toca este insturmento, que le da su impronta”.

1 comentarios:

Guillermina dijo...

Leer el artículo de Carlos Marín, fue reavivar el pensamiento de Miguel, su cosmovisión. Tal como se lo merecía fue acompañado por muchos amigos. El sol bañaba la costa oeste del Paraná, rotunda postal que enmarcó una despedida emocionada. Stella Berduc recitó a Quevedo haciendo referencia al polvo enamorado. Le cantamos una estrofa de la mítica canción de su padre y primo, los Martínez. Adiós, amigo...hasta siempre. Guillermina